EL HOMBRE SOLO
El hombre solo,
El hombre, solo y aburrido, se
asomó a la ventana, miró hacia la carretera y escuchó el sonido de un claxon.
Vio a su amiga Valentina justo en el momento que pasaba por debajo de su casa.
Ambos se saludaron con la mano. Ella con la mano izquierda y él quizás reverenció
con la derecha. La soledad y algunos recuerdos se colaron en su habitación y
sintió como sus pupilas brillaban más que los diamantes de Suárez. Cerró la
ventana y al girarse observó que las fotografías se habían desteñido; sin
apenas darse cuenta, los años habían pasado más rápido que el Ave. El tiempo,
tirano y severo, había transformado demasiadas cosas: la salud trocó en
enfermedad, la amistad desfiguró en olvido, y el cariño en desapegó.
Mientras se desvestía del viejo pijama
con rayas grises y azules, modelo carcelario, algunas imágenes flotaron por su
mente: las velas apagadas, manchadas de nata y chocolate, derritiendo la
existencia; los aniversarios inventados desvaneciéndose en la nada; las copas de cava con cinta métrica que
no supieron calcular el valor de la amistad; los deseos incumplidos escondidos
en una caja llena de regalos, empaquetados con papel de periódico; los decimos
de lotería que no intuyeron jamás el número premiado; las rosas de San Jordi y
las de San Valentín muriendo sedientas por la falta de agua, bondad y
comprensión; los reyes que perdieron por el camino el oro, la mirra y el
incienso; las zapatillas rosas o azules, los relojes sumergibles, mecánicos o
digitales, los pasamontañas, los guantes de lana o las bufandas envolviendo
todos los momentos con el lazo frágil de una adolescencia grupal que no quiso meditar.
Los años habían pasado y él había cambiado. Su percepción del mundo y algunos
de sus valores ya no eran los mismos. El ayer infantil había devenido en
madurez.
Cogió el metro hasta llegar a su
lugar de trabajo. El sol redondo y amarillo lo acompañó hasta las grandes
puertas acristaladas. Se enfundó el traje de trabajo y comenzó una nueva
jornada laboral. En su recorrido habitual percibió algunos cambios: una nueva
dependienta en la sección de perfumería, obras en los servicios de la planta de
deportes, algunos cambios en la planta del hogar. La jornada transcurrió
tranquila, y sin demasiados sobresaltos, sus dolores traumatológicos lo agradecieron.
Su nueva etapa lo había llevado a
abandonarse al placer de una recién adquirida amistad; quiso conocerla sin
miedos, y dejó que se instalara a su lado. Él y Soledad. Un silencio interior
proveniente de tierras lejanas se instaló en sus entrañas. Un silencio que puso en valía su grandeza como ser humano
atento y generoso a las necesidades de aquellos que siempre lo habían necesitado.
Un silencio interior que le habló, que le ofreció una nueva forma para
pensarse, una forma nueva para mirarse y ver el mundo. Un mundo nuevo, con
aires purificados, para respirar nuevas oportunidades, para comunicarse desde
la verdad y la lealtad, para caminar y descubrir nuevos territorios, para amar y
empatizar con nuevos corazones. Otro mundo que daría vida a la vida, que
engrandecería su existencia y la fortaleza de esta recién estrenada felicidad.
Badalona, 27 de septiembre de
2016
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