EL HOMBRE SOLITARIO (2)
El hombre solitario y Valentina
se abrazaron bajo la luz amarillenta de la farola gitana. El instante fue breve
o quizás fue extenso; en todo caso, el suficiente para comprobar que no se
habían olvidado, que seguían queriéndose. Aquel saludo cariñoso y entrañable
produjo en Valentina los efectos de un TAC, y de su organismo rebotaron
imágenes inesperadas: la niebla; la playa; la carretera; la madrugada; el
perfume; el reloj; el tiempo…Cerca de ellos, junto al banco, había un gitanillo
muy joven con una guitarra en la mano preparado para cantar coplas del alma.
Estuvieron a punto de decirse muchas cosas pero ambos supieron captar lo que
sus silencios decidieron ocultar.
Se despidieron con la alegría de
haberse reencontrado; con el sabor canela de la felicidad.
Cogió el metro, se sentó y fue
repasando las estaciones como si cada estación recorriese años pretéritos. Cada estación un año
rememorado, y cada recuerdo un año evaporado. Al llegar a Pep Ventura, cesó el
proceso evocador de Valentina, subió las escalera eléctricas de dos en dos y,
al salir a la calle una fina lluvia la recibió. Abrió un paraguas pequeño de
cuadros rojos y verdes y, caminó. Los columpios de la Plaza de los Países
Catalanes estaban vacíos, de manera que la pudo pisar sin cruzarse con niños,
pelotas o mascotas. La lluvia la acompañó hasta la tienda que nunca cerraba, donde
compró una barra de pan y una botella de leche desnatada. Mientras se dirigía
hacía su casa cortó un pequeño trozo de la barra de pan y, lo mordisqueó. Le pareció
que la lluvia olía a pan. Antes de llegar a casa, un sonido musical, le avisaba
de la llegada de un mensaje de whatsapp. Lo abrió y vio que era del hombre
solitario, tres iconos: una cara sonriente, un ok y un corazón rojo.
Esa noche durmió plácidamente. Sus
silencios se habían liberado.
Badalona, 19 de octubre de 2016
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