LA PANADERÍA

No era la primera vez que entraba en aquella panadería, me gustaba el olor a pan recién horneado. Fui degustando con la mirada el asombroso escaparate que tentaba mi paladar y que estaba dispuesto a derrumbar todos mis planes calóricos. Y el dulce aroma de los croissants, de las magdalenas, de los chuchos de crema, de los donuts, de las pastas de hojaldre, de chocolote i de nata, que la panadera tan bien había colocado en el mostrador, me hechizó de tal manera que me llevó a quebrantar mi débil voluntad.

Y así una de las dependientas: “Me gustan los croissants con sus patitas delgadas y crujientes, el olor a limón y canela de las magdalenas, los panecillos de Viena, blandos y redondos, y el chocolate de leche, una de las primeras meriendas de mi niñez. La panadería, el lugar de los olores de la infancia, de la pureza y de la inocencia”. Y algún suspiro escapado de añoranza se coló entre las calientes barras de pan, bien alienadas en las estanterías de madera, y pude saborear la belleza de los recuerdos efímeros.

Badalona, 3 de diciembre de 2012

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