IRENE ARCHER CARMONA

Me encuentro delante de mi recién estrenado escritorio, es de bambú y tiene un módulo adicional para colocar el ordenador. Lo he orientado mirando hacía el jardín. En el lado derecho de la mesa tiene dos cajones, en el izquierdo una puerta y en su interior hay dos estanterías. Encima de la mesa se encuentran esparcidos todos los apuntes y notas, que he recopilado sobre la vida de Irene o Airin como la llamaba su padre, esperando a ser redactados. Miro los papeles, y siento que algo me impide empezar a escribir la biografía de Irene Archer Carmona. Mi intuición me hace pensar que la bailaora y gitana, como bien se definió en nuestra primera entrevista, se ha guardado un as bajo la manga. 

 -Diga
-…
-Sí, soy yo
-…
-El miércoles 11, espera un segundo, que miro la agenda.
-…
-De acuerdo, el miércoles 11 me va bien. Sí, quedamos a las siete en la calle Pau Claris n.167. ¿Cómo me has dicho que se llama el local?
-…
-Ah! Vale. Allí estaré. Adiós.

Dejo el móvil encima de la mesa. Miro a través de la ventana. El cielo está nublado. Mientras veo como empiezan a caer algunas gotas de lluvia, me pregunto por qué querrá verme uno de los hijos de Airin; fabulo con la posibilidad de que pueda ser la pieza clave de la biografía. 

La semana pasa rápida. A lo largo de los días, mi curiosidad me ha incitado a pensar en el motivo por el que quiera verme Juan. Investigo por las redes sociales, pero no encuentro ninguna foto, ni ninguna información relacionada con él. 

Abro el armario y me decanto por unos tejanos y una camiseta negra. Lo combino con un collar de perlas, para darle un toque elegante. Miro el reloj, cojo el bolso, lo abro y compruebo que llevo la grabadora, por si acaso. Salgo disparada de casa. Comienza a oscurecer. Paro un taxi. Llego cinco minutos antes de la hora acordada y dudo entre entrar al restaurante o esperar a que sean las siete en punto. 

Oigo mi nombre y me giro. Se han utilizado tantas expresiones para describir cuando alguien te deja con la boca abierta, que sólo puedo decir, que en mi corazón suenan castañuelas. Entramos en el local y nos acomodamos en dos sillones aterciopelados. Se acerca el camarero y toma nota de lo que vamos a beber. Para romper un poco el hielo, hablamos sobre la decoración vintage y alguno de nuestros gustos personales. 

Lo observo y pienso que no ha heredado la piel aceitunada, ni los ojos azules de su madre. Es un hombre muy atractivo. Me recuerda al modelo que fue deportado de Arabia Sauidita por ser guapo; sus ojos son negros como el petróleo, sus pestañas largas, sus cejas semiarqueadas. 

Sin preámbulos y de forma directa le pregunto por qué quería verme. Me dice que sabe que soy la periodista que va escribir la biografía de su madre y se pregunta si Irene ha sido capaz de contármelo todo, o por el contrario, ha decidido llevarse su gran secreto a la tumba. 

Lo miro perpleja. No sé si está bromeando o diciéndome que una parte de la vida de su madre, no me ha sido desvelada. Bebo un sorbo y dejo la copa encima de la mesa. 
-¿Mi madre te ha explicado por qué a veces se confunde y en vez de decir que tiene cinco hijos dice que somos cuatro? Creo que no te ha revelado que Fernando Jiménez no fue el único amor de su vida. 

Badalona, 19 de novembre de 2015

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