CASTILLOS EN EL AIRE
Castillos en el aire,
El ambiente oscuro de la noche caía
cuando Clara, cargada de regalos, salió de su casa para dirigirse a casa de
Paloma. La luz amarillenta de las farolas acompañó sus pasos hasta el portal.
Le habría gustado poder llegar antes, pero las colas interminables de Ikea
retardaron su llegada. Llamó al timbre y al momento oyó los pasos de su amiga
bajando las escaleras de caracol. Paloma le recriminó la hora de llegada
mientras se abrazaban y besaban. Subió las escaleras, y percibió como en cada
peldaño se abrían unos recuerdos y otros se cerraban. Llegaron al comedor y
Paloma le enseñó alguno de los regalos que había recibido por sus próximas nupcias,
entre ellos una rosa roja de cristal de bohemia, delicada e imperecedera, un
marco de plata y un jarrón chino de porcelana. En un instante, al mirar la
chimenea, Clara deslumbró que la luz de araña que iluminaba el comedor se
fragmentaba, y se extendía con menos fuerza que aquella navidad, donde había
sido la protagonista de una divertida sesión fotográfica. Clara se preguntó si
la luz débil no sería como una señal premonitoria sobre los acontecimientos
ocurridos. Se sentó en el sofá mientras Paloma fue a buscar la botella de cava y
algunos aperitivos, para celebrar el encuentro. Mientras esperaba que su amiga
llegase de la cocina pensó que no temía la soledad, no. Más bien al contrario,
la soledad le había ayudado a comprender y aceptar la posición de alejamiento, que
Paloma y Mónica habían planeado hacia su persona, una decisión que oscurecía el
triángulo de luz que una noche de dicha las había unido a las tres. Paloma
llegó con la botella de cava, abrió la vitrina y extrajo dos copas largas de
cristal; llenó las copas con generosidad y sin medidas, levantaron las copas y
brindaron por las nuevas venideras, y Clara le deseo un futuro prometedor. Paloma
abrió con delicadeza cada uno de los regalos con los que Clara la obsequió.
Después de abrir el último regalo, un joyero de madera, se dirigió a su amiga,
y le dio un fuerte beso, las gracias y un abrazo. Paloma dubitativa, y con
algunos rodeos, le hizo saber que sentía mucho haber tenido que posicionarse a
favor de Marta, aún sabiendo que eso significaba anular su relación, aquella
que habían ido construyendo, poco a poco, como hormigas, como amigas. En el
fondo de su corazón, sabía que traicionaba a una buena persona, pero la pena que
sentía hacía Marta, le había llevado a mirar hacía otro lado y guardar
silencio. Paloma había decidido no profundizar en aclaraciones y verificaciones
pues no quería que Marta pensase bajo ningún concepto que ella la cuestionaba,
prefería omitir las manipulaciones con las que Marta sobrevivía. Ea, Marta, Ea.
Paloma la sabía pequeña, desamparada, miedosa y egoísta, pero un sentimiento de
culpabilidad y de lastima la incitaba a escudarla; aunque era consciente que
nada ni nadie podría protegerla de si misma. Por otro lado prefería dejarse
llevar por todos esos pensamientos, antes que saberse ella misma una víctima débil,
en manos de Marta. Clara dejó que las burbujas de cava se deslizasen por la
garganta y fuesen dulcificando el sabor amargo de la despedida. Miró a Paloma y
creyó, ingenuamente, percibir un atisbo de tristeza en sus ojos, pero no era
tristeza, era el réquiem del adiós. Llegadas a este punto ya no hacían falta
demasiadas aclaraciones, ambas se conocían demasiado bien, pues habían sido
confidentes en secreto, habían jugando al escondite para que Marta no fuese
devorada por sus celos e envidias, y así al abrigo de un cierto secretismo, habían
dejado que sus conversaciones fuesen estrechando sus mundos poco a poco; desde
la alegría, el humor y la creatividad habían sido inventoras de proyectos y castillos
en el aire. Ahora cuando los castillos habían sido abatidos, Clara, creía que ya
no eran necesarias las justificaciones; la partida ya había sido jugada. Paloma
conocía bien a Clara (nunca entendió que no compartiese con ella la pérdida del
bebé) y sabía que era determinante en sus decisiones y que no acudiría al
enlace, pero eso no le impidió hacerle entrega de la invitación. Clara deshizo
el lazo dorado y leyó en silencio la tarjeta; ya hacía días que en una
conversación por teléfono, Clara le había dicho a su amiga que el día de su boda
ella no estaría presente en cuerpo aunque si en espíritu, argumentándole, que
una celebración era siempre motivo de encuentros y de dichas, de abrazos y de uniones,
de alegrías y de fiesta; y no de rupturas y de despedidas. Sentadas en el sofá,
y mientras la televisión se hacia eco de la victoria de Trump, continuaron
emborrachándose con un sinfín de viejas fotografías y recuerdos resucitados.
Por un momento, les pareció que todo continuaba igual, pero ya nada tenía el
mismo sabor, y ambas fueron conscientes de su nueva realidad vivencial. Paloma
necesitaba sincerarse con Clara, lo necesitaba porque siempre le había sido una
amiga leal, y aunque Clara insistió en que no lo hiciese, porque sus palabras quedarían
como siempre en el lado de las negaciones, de las mentiras y los ocultamientos,
por una vez, no quería que sus conversaciones acabasen en el cementerio de las
palabras muertas; por eso era mejor guardar silencio, y dejar que la matemática
perfecta del universo, colocase, algún día, cada pieza en su lugar. Clara antes
de despedirse cogió a Paloma de las manos, y le dijo que no se preocupase por haber
reforzado los argumentos falsificados de Marta, que ella entendía muy bien que continuase
siendo la amiga muleta de alguien que había decidido no crecer, alguien que había
decidido vivir a base de mentiras, de ocultaciones, de enredos, de rodearse de voces
que estuvieran dispuestas siempre a verbalizar sólo lo que sus oídos querían
escuchar, porque de lo contrario siempre haría uso de la manipulación, la confrontación,
la falsedad, la disputa, las peleas, los gritos… porque para Marta, la palabra verdad hacía
tiempo que había desaparecido de su diccionario existencial, y esta forma de
actuar era la única que le otorgaba el poder del que ella carecía. A lo largo
de los años habían compartido muchas cosas, pero las mentiras, la negatividad,
la queja constante, los malos tratos y los modales despectivos habían
transformado la alegría en tristeza, la armonía en tensión y la paz en guerra. La
botella de cava se finalizó, como acaba un día de invierno, con la oscuridad
como fondo, en la botella, en la noche y en la vida. Se despidieron con el
tintineo del último brindis, sabiendo que era la última vez que sus copas
brindarían, con el sonido del alma colgado en sus miradas, con el frío del
adiós, como la última fotografía metafísica, que las acompañaría, por siempre,
una cálida noche de noviembre.
Badalona, 20 de noviembre de 2017
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