LO QUE INSPIRA UN NOMBRE

Lo que inspira un nombre,
por Paraules amb Aroma

Él no se da cuenta. No se da cuenta de nada ni de nadie. Vive enterrado en su campo de centeno. Ella admira su naturalidad, y esa gracia con la que hace bailar las palabras. Y es que no hay nada más atractivo que un hombre interesante que presuma de su encanto y encima actué con total indiferencia hacia ese don que la naturaleza le ha sabido regalar. El duende está oculto en los detalles, en los pequeños gestos dicen los gallegos.
Él como digo, no se da cuenta de que ella lo mira. Pero ella lo mira, lo observa y lo remira. Con sigilo, con silencio, con secreto. Con cuidado, con distancia, para así no levantar sospechas y no dar de comer a las lenguas viperinas siempre hambrientas de noticias y cotilleos. Lo mira de reojo. Apenas un instante; un segundo que no llega a minuto. Sin pestañear porque sabe que el cerebro, órgano inteligente, capta ese tipo de miradas fugaces. Y a pesar de estar un poco bastante alejado de ella puede oír con precisión sus palabras en el intercambio de confidencias que mantiene con un acompañante incoloro; él ya ha encendido el botón de presencia en la cafetería y se han encendido todas las luces, las fluorescentes y las halógenas. A su alrededor penden las palabras de otras mesas lejanas, el ruido de clientes que vienen y van, la música que flota en el aire, el aroma del café compitiendo con la fragancia de su piel. La cafetería y él. Sólo ve su boca explotando en sonrisas y sus grandes manos gesticulando guiños en el aire, moviéndose a ritmo azucarado.
Pero él no se da cuenta de nada ni de nadie. No se da cuenta de que para ella esto es como ir al mar para ver el infinito, en una tarde cálida de primavera; como sentir el hielo deshaciéndose entre los dedos; como un sedante tantra tibetano adormeciendo las neuronas.
Antes de ir a la cafetería, había leído un artículo en una web de viajes asiáticos reflexiones sobre el budismo como un camino rápido hacia la iluminación. Llega a casa tras la jornada laboral. Se baña con gel aromático de lavanda que alivia todo tipo de tensiones, se sirve una taza caliente de colacao, enciende el aparato de música y una suave melodía se acomoda en la habitación. Se sienta delante del escritorio, coge una hoja blanca de papel y escribe: “Dividí tu nombre. Y lo troceé letra a letra. Y, mágicamente, lo convertí en mi mantra. Y saboreé cada palabra, las interiorice, las reencarné en mi mente. Y las absorbí. Y pasaron a mi sangre. Y llegaron a mis arterias. Y abordaron mis ventrículos. Y su letanía es la luz que ilumina la inspiración para que ahora, cuando la noche entra en declive, esté escribiendo estas palabras. Y pinté cual mándala, tu nombre, letra a letra, en mi corazón”.

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