UNA CARTA PARA PALOMA



Son las nueve de la mañana. Camino hasta la parada del metro de la línea 12, es solo una parada que va de Tres Glorias hasta Trinidad. Llevo el bolso cargado de libros y libretas, de sueños y de magia. La plaza está llena de niños con donuts, pelotas y mochilas. La plaza está llena de mamas conciliadoras. Vivo cerca del metro, apenas cruzar la plaza y recorrer un tramo de la calle Primavera. Y entre esas dos calles vive Paloma. Yo vivo en un bloque de pisos, y ella en una casa unifamiliar preciosa, de ladrillos rojos y ventanas de madera. Son las nueve de la mañana y me dirijo hacia el trabajo. Paso por delante de la puerta de la casa de Paloma, pero sus cortinas están selladas como nuestra amistad. Mi amiga Paloma o debería decir mi ex amiga Paloma, no lo sé, yo no la considero ex pero creo que ella a mi si me ha colocado la X. Bueno como iba diciendo, que sino luego me lío y me pierdo, ella es alérgica a todos los elementos químicos menos al oro. A veces, le he comentado a Paloma, que mi piel es resistente hasta para la bisutería, pero que para las cuestiones importantes de la vida me quedo con el oro, que no quiero que mis valores morales se ennegrezcan como plata vieja. El metro pasa rápido, como la vida y sin darme cuenta estoy en la oficina. Miro el reloj, son la tres. Cojo el metro de vuelta. Nada más una parada y una dirección saboteada. La plaza está vacía, no hay risas, ni madres. Los columpios echando la siesta. De camino a casa, en el kilómetro cero de la plaza, Paloma y yo nos cruzamos. Intento acercarme pero me parece sentirla lejana. No sé si es ella o un reflejo de su sombra. La miro y la recuerdo. El paisaje se me muestra en décimas de segundos y la veo en aquella cama pequeña; Paloma, Dulce y yo, las tres muertas de risa, en la habitación de al lado, una voz gritándonos que nos callásemos que no dejábamos dormir a nadie. La queja. El lamento siempre transformando el oro en bronce ennegrecido, la risa en llanto, y la felicidad en infortunio. Y nosotros en la cama, con las carcajadas secuestradas en las gargantas y el baile de sambito llenando de temblores nuestros cuerpos comprimidos, intentando sujetar nuestras risas desmadradas. Me ciega la niebla de Calatayud colándose por nuestros abrigos; me emborracha el agua de valencia la noche que Mónica, Paloma y yo nos pusimos la fiesta por bandera. Que buena estaba el agüita de naranja! El olor de la naranja mezclada con la ginebra, el vodka y el champán. Me tapo la nariz para recordar que el aroma de aquella noche también se ha evaporado por los aires. Sin fechas exactas en el calendario me acuerdo de disfraces y de otras aventuras. Y así, poco a poco, voy repasando las hojas desgastadas de todos los álbumes de fotografías. Ahora ya sé cual será su final. Al final nos paramos. La dos solas en la plaza. Nos detenemos. No saludamos y le acabo explicando mi recuerdo. Paloma me dice que esos recuerdos son inventados que esos momentos jamás ocurrieron. Sé que con su indiferencia y sus negaciones quiere herirme, pero yo sé que ella sabe, que sólo yo soñé que en su dedo, ahora no recuerdo si es el índice o el anular, brillaría un anillo dorado. Todos los días de camino hacia el metro paso por su casa, para coger el metro de la línea 12, y aunque las distancias de nuestras casas ahora sean abismales, para alegría y tranquilidad de otros ojos, siempre tendré conmigo sus recuerdos, su sentido del humor, sus matemáticas puntuales y sus fechas exactas, el reconocimiento a mis  creatividades, nuestras escapadas musicales, y otros recuerdos que aunque ella los quiera negar permanecerán por siempre en el lado amable de mi memoria.
Me digo a mi misma, situada en ese kilómetro cero de la plaza, que tendría que decirle a Paloma, que aunque sus oídos estén cerrados, que aunque no quiera escucharme, que aunque no quiera verme, que aunque no haya querido optar por un papel de neutralidad en nuestra relación; que siento no poder ir a su enlace, que no se imagina lo importante que ha sido para mi; todo lo contrario de lo que yo he significado para ella, pero que le vamos hacer, en las cosas del querer, no todos los cariños son correspondidos. ¿Se lo digo?, me pregunto. No sé si atreverme, quizás gire su cabeza, se ponga sus gafas negras y su sombra se desvanezca. Nuestras palabras se callan y nuestros recuerdos se ocultan. Nos despedimos. Nos alejamos. Miro por su ventana. La de madera roja. La veo vestida de blanco, radiante, hermosa, con la felicidad que dan los deseos cumplidos. Me acuerdo de un poema, mañana cuando llegue a la oficina lo buscaré, lo colgaré en el facebook, en mi blog, esperando que sus ojos se encuentren con él y lo lea. Es mi felicitación, es mi verdad, porque mi verdad, la verdad que guarda mi corazón es que le deseo mucha felicidad; felicidad absoluta en los labios para un nuevo álbum de fotografías.
He visto que Paloma ha leído la carta en facebook y me ha dejado un comentario: eres una miserable, todo lo que has escrito es una burda mentira.


Badalona, 2 de diciembre de 2016

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