ALTERIDAD

Ella se sintió incomoda, ¿por qué? No lo sabía, hurgaba en las profundidades de su psique intentando encontrar una respuesta que no hallaba. Nunca fue mujer de contacto cercano, la distancia y ella; ella y el silencio. Estaba bloqueada, un trozo de mármol sin cincelar, agarrotada, paralizada. Las miradas tocan, los gestos tocan, quizás existía la remota posibilidad que aquella mirada fija hubiese revivido, de su subconsciente más subconsciente, la cicatriz guardada. Se levantó de la jarapa y dejó su cuerpo acomodado entre los cojines para que nadie pudiese notar la ausencia. Abrió la ventana y escapó. Necesitaba aire, necesitaba respirar. En la primera papelera que encontró arrojó la incomodidad del recuerdo, pero lo vio saltar, y colarse de nuevo en su interior. Entró en una farmacia y aunque sabía que era un dicho cursi pidió tiritas para el alma, la farmacéutica que la atendió, la miró y enseguida comprendió que no se trataba de una broma, y le dio la caja más grande. Bajó por el paseo y llegó hasta el puerto. Se subió en una lancha motora, y dejó que el viento del mar y las gotas saladas refrescaran su rostro.  Oyó de lejos que nada más le quedaban dos minutos de libertad, y que debía regresar allí: a la jarapa, a su cuerpo, a sus ojos, a encontrarse de nuevo con el recuerdo que le quemaba el alma. Cerró los ojos, como los muertos, y de la negrura resucitó otra mujer. Se levantó ensimismada de la jarapa, se miró en el espejo y no la reconoció. Otra igual a ella la miraba, pero ella sabía que esa no era ella. Se arregló sin prisas, medias negras y un vestido con cremallera en la espalda; se maquilló y se pintó los labios para matar. Así pues la otra sin vacilaciones, lo busca, se sienta delante de él, las piernas quedan situadas a la altura de sus ojos; sus piernas enfundadas en finas medias negras se balancean insinuantes; lo provoca; quiere que él tenga ganas de tocarlas; quiere ponerlo furioso. Siente como la mira. Él duda. No sabe que hacer; pero sabe que quiere tocarla, arrancarle la ropa, morder sus labios, beber sus pechos. Ella, lo conoce, y adivina lo que ocurrirá si él decide levantarse del sillón. Se acercará por detrás, callado, introducirá las manos por los cabellos y los revolverá un poco, apenas un gesto inocente, juguetón; le acariciará los hombros, el cuello con la yema de los dedos, como si sus dedos fueran plumas, de forma tierna y suave; le rozará el lóbulo de la oreja; lentamente, le cogerá las manos y la levantará del sillón, bajará su mano por el brazo, lo rozará como si fuera seda; rodeará con sus manos la cintura, la estrechará contra él provocando el acercamiento posesivo; bajará la cremallera del vestido, aumentando la escala del deseo en cada punto de su columna vertebral; sus hombros quedaran desnudos, los acariciará, los besará, y la piel estremecida enloquecerá.
El silencio se transforma en gritos y en quejidos; no hay distancias; el tiempo se ha detenido en la otra. La alteridad ha permitido el acercamiento de dos realidades contrapuestas.
La ventana se cierra de golpe. Él se marcha.
Ella se levanta de la jarapa, va al cuarto de baño, se mira en el espejo,  no sé reconoce, y se pregunta ¿cuál de las dos es ella?

Badalona, 16 de mayo de 2017



Comentaris