EL ANGEL DEL RETIRO
El Ángel del Retiro:
Cuando Anna cumplió seis años
sucedió algo especial. Algo que la marcaría para el resto de su vida.
Anna era una niña tímida, de pelo
castaño, ojos grandes y oscuros y boca pequeña, que como la mayoría de los
niños, tenía una gran imaginación y a menudo fantaseaba inventando historias.
Estaba convencida de que por las noches la visitaban ángeles en su habitación,
que jugaban con sus peluches, que se escondían por debajo de la cama o se
colaban en sus zapatos y como eran muy transparentes y ligeros nadie podía
verlos. Estaba casi segura de que si cerraba los ojos podía volar con ellos,
bastaba con concentrarse y decir las palabras mágicas, y cuando su mama apagaba
la luz de la habitación tenía que tener cuidado para que los ángeles no
hiciesen ningún ruido y llamasen la atención de su mama.
Anna vivía con sus padres y su
muñeca de trapo a la que le faltaba una pierna y ella la llamaba cojita, vivían
en un piso pequeño y enfrente había un huerto enorme donde los vecinos
cultivaban tomates, judías, patatas y otras hortalizas. Algunos días Anna se
escapaba a aquel huerto con sus amigos a jugar y a veces cogían algún tomate de
las tomateras ¡Cómo olía a tomate! y si los descubrían salían corriendo,
también había plantadas flores: jazmines, rosas, margaritas, albahacas,
tomillo…A Anna le gustaba mucho aquel lugar y creía que también allí habitaban
duendes, hadas y ángeles; aquel huerto era un lugar mágico.
En el huerto había una pequeña
cabaña. Era de color madera, y el papa de Anna un día le había contado que allí,
en aquella caseta, se reunían por la noche todos los ángeles para decidir las
buenas acciones que debían realizar al día siguiente. También le contó que
nadie sabía quién había construido aquella choza y que para asombro de todos
los vecinos había aparecido un día de la nada.
Anna, a la que le gustaban mucho
los cuentos, se quedó impresionada. “Cuando sea mayor, le construiré un palacio
a mi ángel de la guarda”, dijo, y su papa se puso a reír y dijo cuando seas
mayor dejarás de creer en los ángeles, y te fijarás en los chicos. Su papa le
removió los cabellos y la abrazó.
Anna aún era pequeña para pensar
en jóvenes y el único hombre que habitaba en su vida a parte de su papa, era su
vecino Pim, un niño que vivía al lado de su casa y que a veces le dejaba
utilizar su bicicleta.
Un día, Pim estaba sentado en el
bordillo de la acera y justo Anna pasaba en ese momento por allí y Pim le dijo
¿Quieres que vayamos a coger tomates?, le preguntó mientras saboreaba un helado
de chocolate. Anna le dijo que sí. Pim se levantó, se acercó a ella la cogió de
la mano y salieron corriendo hacia el huerto.
Siempre habían sido amigos y Pim,
pelirrojo y con pecas en la cara, siempre la chinchaba con los ángeles y como
él no creía en ellos le decía cierra los ojos y pídele a tus ángeles que nos
traigan muchos juguetes para jugar. Pim le había prometido a Anna que, algún
día, él le pintaría un ángel azul para que ella pudiese tenerlo siempre en su
habitación. Pim y Anna iban juntos al colegio y eran muy amigos y juntos se
inventaban historias y se morían de la risa. Si Anna hubiera creído que las
estrellas se podían coger, Pim se habría convertido en astronauta y le habría
bajado una del cielo.
En la mañana de su décimo
cumpleaños, Anna fue de excursión con los niños de su clase al Parque del Retiro.
Como era su cumpleaños ella podía pedir lo que quisiera y eligió visitar el
Palacio de Cristal. El sol lucía con fuerza y el maestro Don Ángel, les había
dicho que les contaría un cuento y que luego harían un dibujo sobre el cuento y
cada uno daría una explicación en clase sobre su dibujo. Todos los niños se
sentaron en círculo debajo de un árbol y don Ángel empezó a contarles: -érase una
vez, en un lejano país, una princesa tímida llamada imaginación. Su voz sonaba
como la música y, cuando hablaba, todos dejaban de hacer lo que estuvieran haciendo para
escucharla. Un día soleado, como el de hoy, cogió una pluma de ave y, mientras
todos esperaban que hablase, ella escribió un poema y lo titulo así: El ángel
dorado.
Ahora niños ya podéis empezar a
pintar vuestro dibujo. Anna se puso loca de contenta cuando Don Ángel haciendo
honor a su propio nombre había pensado en un ángel para su historia, ¡con lo
que a ella le gustaban los ángeles! Los niños se sentaron en mantas y sacaron
sus cuadernos y colores, y comenzaron a pintar con afán cielos azules y ángeles
de todo tipo, elegantes como pavos reales, o delgados como palillos. Anna tenía
claro el ángel que ella quería pintar, de sus alas saldrían destellos dorados,
rosados y azulados, sus alas tendrían todos los destellos que los fuegos
artificiales producen en el firmamento. Y mientras la mayoría, se entretenía
con el cielo y las nubes, ella dejó de mirar el cielo para centrarse en los
rasgos que tendría su ángel. Sacó su caja de colores y entusiasmada se puso a
pintar. De pronto lo vio delante de ella, era moreno, tenía los cabellos
largos, los ojos pequeños y la boca entreabierta. Allí, en el césped, delante
de Anna estaba posando un ángel.
Una hora más tarde Don Ángel los
llamó para que le enseñasen sus dibujos. Cuando le llegó el turno a Anna el
profesor se quedó asombrado y le dijo -Anna, tú no te has movido de ahí verdad.
A lo cual la niña le respondió que no se había movido de donde estaba sentada y
le señaló al profesor el lugar donde había estado pintando. El dibujo era una
copia casi perfecta del ángel caído, una estatua que no se encontraba muy lejos
de donde ellos estaban, pero lo único que variaba del ángel caído, es que el
dibujo de la niña no era gris, todos los colores del arco iris iluminaban la
cara de aquel ángel resucitado.
Algunos niños asomaron su cabeza
para ver el dibujo de Anna y alguno hasta soltó un silbido como dando a
entender que era una pasada de dibujo.
-
¿Cómo lo has pintado? –le preguntaron algunos
compañeros
-
Ella dudo si decir la verdad, optó por la verdad. Lo
vi.
Los niños empezaron a darse
codazos entre si y a reírse de Anna. ¡Los ángeles no existen! ¡Los ángeles no
existen!
-El mío, sí –contestó
Otra niña dijo te has escapado
corriendo y has ido a copiar el dibujo de la estatua, que yo te he visto.
Anna enfadada dijo que su compañera
estaba mintiendo, que lo que decía no era verdad que ella no se había movido
del sitio, y que había sido el ángel el que se había puesto delante de ella
para que lo pintase.
-
Yo creo en los ángeles. Y el ángel estaba ahi – replicó
Anna
-
Seguro que se habrá ido a pasear por el parque y pronto
también vosotros lo veréis.
Los demás niños se pusieron a
reír a carcajadas.
Don Ángel para dar por acabada la
discordia, les mandó que recogiesen sus utensilios, pues volvían a la escuela.
-Niños claro que existen ángeles
acaso no me ven ustedes, y se puso a reír intentando quitar un poco de hierro
al tema, -venga no se olviden nada. Aunque no tengamos muy claro si los ángeles
existan, hemos de reconocer que Anna ha pintado un ángel muy bello.
Don Ángel no dijo nada pues no
quería que los niños increpasen más a Anna, pero se preguntó:- ¿cuándo los
ángeles abandonan sus estatuas?
Por la tarde, Anna celebró su
fiesta de cumpleaños. Había una tarta de nata y chocolate, batidos de fresa y
helado de vainilla. Anna jugó con sus amigos con la consola de videojuegos.
Cuando ya se habían marchado los invitados y ella se fue para su habitación, se
dio cuenta que se había olvidado su mochila y su dibujo en el Palacio de
Cristal. Seguro que si su mama se enteraba le regañaría pues la mochila se la
había regalado como regalo de cumpleaños conjuntamente con la caja grande de
colores. Después de cenar, mientras su mama miraba revistas y su papa veía un partido
de futbol, Anna se escapó por la ventana. El parque del retiro no estaba lejos
de su casa; llegaría antes de que cerrasen las puertas viejas de hierro.
Corrió como una liebre, cuando
llegó a las puertas del parque notó que le faltaba el aliento. Siguió corriendo
dejando atrás el silencio del lago, las flores que dormitaban, y enseguida
llegó al Palacio de Cristal, allí donde habían estado pintando, por la mañana.
Miró hacía el lugar donde ella había estado pintando y allí solitaria estaba su
mochila. Se acercó esperando encontrar junto a la mochila su dibujo. Pero el
dibujo del ángel había desaparecido. Se preguntó si alguien lo habría visto y
lo habría cogido; si quizá el viento lo hubiese arrastrado hacia otro lugar.
Anna inspeccionó la zona pero no encontró el dibujo, avanzó hacia la zona donde
se encontraba la estatua del ángel caído y no lo encontró. De pronto le pareció
oír un pequeño suspiro que parecía provenir de la estatua. Se acercó un poco
más y le pareció oír otro suspiro, esta vez con más fuerza. Se acercó hasta
ponerse enfrente de la estatua.
-¡¿Hola?!-gritó-, ¿Hay alguien
ahí?
Un crujido, un ruido, una caída,
y entonces surgió ante ella.
Un ángel iluminado de colores
espectrales. Era igual al ángel de su dibujo.
Anna abrió mucho los ojos.
-¡Vaya! Murmuró un tanto
asombrada
-¿Por qué me miras tan fijamente?
– preguntó el ángel, y el asombro impidió a Anna darse cuenta que el Ángel le
estaba hablando.
-¿Eres un ángel?-preguntó.
-¿Es que acaso no me
ves?-respondió el ángel sacudiéndose las alas. Soy el ángel caído de las nubes.
–Sus brillantes ojos oscuros lanzaron una mirada divertida y juguetona a Anna.
-Lo miro con gesto dubitativo-,
¿Son reales los ángeles de las nubes? –preguntó luego.
-Claro- contestó el ángel de las
nubes, haciendo un gesto con las manos-. Menos para los adultos que tienen la
mente cerrada con muchas ataduras y prejuicios.
Anna asintió.
-¿Puedo tocarte? –preguntó-.
Sabes, hoy es mi cumpleaños.
-Si es así, entonces hoy puedes
subirte a mis alas- dijo el ángel-. Pero antes debo pedirte un favor. A veces
soy un poco patoso, y hoy mis alas se me han enredado un poco.
El ángel se acercó más Anna y
ella pudo ver que las dos alas estaban enredadas.
-¡Ay, qué lio! – dijo ella, que
también a veces se le enredaba su cabello. Sé lo que es, mi madre me desenreda
los cabellos cuando se me lian y no veas los tirones que me da cuando me peina.
Anna cogió las alas con mucho cuidado y se las fue desenredado con cuidado. El
ángel sólo se quejó un poquito.
-Espero no haberte echo daño- le
dijo Anna. Creo que en mi mochila llevó un pequeño peine. Fue en busca de su
mochila y sacó un pequeño peine plateado. Le peino las alas con delicadeza y
las alas desprendieron destellos como si fueran diamantes o rayos de sol. En mi
mundo se dice que las chispas de colores son lo más bonito de la vida. –A mí me
gusta mucho pintar con colores –dijo Anna-. Observó satisfecho como sus alas se
extendían hacia el cielo. Y las alas de ángel, son muy valiosas porque caen del
cielo cuando alguien pide un deseo. Las alas de ángel traen suerte. ¿Tienes
alguna?
Anna negó con la cabeza. Nunca
había tenido un ala de ángel. Y menos aún caída del cielo.
-Y ¿de dónde sales tú? –quiso
saber.
-Hoy de la estatua, pero no vivo
aquí, sólo la he utilizado para materializarme y acercarme a ti. Vivo en la
nube azul.
-¿Está muy lejos de aquí?
-¡Oh, sí, muy, muy lejos! Está
tan lejos que sólo se puede llegar allí volando.
-¿En avión?- Anna no había subido
aún en ningún avión. El ángel puso los ojos en blanco.
-¡No, en avión no! Donde yo vivo
no hay aeropuerto, no, a la nube azul sólo se llega con la imaginación.
El sol anaranjado ya se había
ocultado, y en el cielo, que cada vez estaba más oscuro, ya se iba viendo
aparecer una luna redonda y plateada.
-¿Qué? ¿Te apetece que demos una
vuelta? -preguntó el ángel. Bajo sus alas y le indicó a Anna donde debía
agarrarse para volar.-Venga Anna sube daremos una vuelta.
A Anna le sorprendió que el ángel
conociese su nombre pero no le sorprendió que pudiera volar, pues era un Ángel.
Se subió a su espalda, se abrazó a sus alas y apretó su carita contra ellas.
Y entonces iniciaron el vuelo.
Enseguida dejaron muy atrás la
estatua, el Palacio de Cristal, el parque del Retiro y el aroma de las rosas
dormidas. Cruzaron la ciudad y vieron los miles de luces que la decoraban, el
Arco de Triunfo, que se destacaba poderoso en el centro de la ciudad, las
cuatro Torres que se alzaban brillantes en el cielo nocturno y custodiaban la
ciudad. Anna no había visto nunca la ciudad desde arriba. No se imaginaba que
su ciudad fuese tan bonita.
-¡Es genial! –dijo- Todo es tan
diferente cuando se ve desde arriba; tú lo debes saber bien si vives aquí.
- Está bien mirar las cosas con
cierta distancia-dijo el ángel-. Y la mejor forma de hacerlo es desde arriba, o
de lejos, o en silencio. Sólo cuando se ven por separado todas las partes se puede
apreciar el valor de todo el conjunto.
Anna no entendía nada, pero se
apretó contra las alas del ángel cuando hizo un giro rápido de vuelta hacía el
parque. El aire veraniego y caluroso, y su pelo moreno ondeaba al viento.
Abajo, en el parque, los bancos custodiando las palabras de jóvenes enamorados,
y sí en ese momento alguna pareja hubiese alzado los ojos hacia el cielo,
habrían visto un ángel dorado llevando una niña entre sus alas y seguramente se
habrían quedado paralizados. Quizás esa pareja que hubiese mirado hacia el
cielo también podrían haber pensado que aquella forma dorada que atravesaba el
firmamento era una estrella fugaz y
habrían podido pedir un deseo.
-¡Estoy tan contenta de que
existas!-le dijo Anna al oído al ángel cuando volaban cerca del parque del
retiro y el olor de las rosas rojas llego hasta su olfato-. Sabes en el colegio
todos mis compañeros se han reído de mí.
-Y yo me alegro de que tú
existas, Anna- contestó el ángel- Porque eres una niña muy muy especial.
- No me va a creer nadie –dijo
Anna, después de que el ángel la dejará suavemente en el suelo de su jardín.
- Bueno, ¿y qué importa que no te
crean?-replicó él-, ¿No ha sido bonito que nos hayamos conocido?
-Increíblemente bonito –dijo
Anna, y movió la cabeza con tristeza-. Pero no me van a creer. Nadie se va a
creer que he estado con un ángel y que he volado con él.
-No importa -repuso el ángel-. Lo
importante es que tú creas en ello Anna. Eso es siempre lo más importante.
Escucha siempre a tu corazón Anna.
Se detuvo al lado de la ventana
por la que había saltado para ir a buscar la mochila y el dibujo del ángel. Le
pareció que había transcurrido mucho tiempo, pero no podía haber pasado mucho
porque, a través de la ventana iluminada del cuarto de estar, vio a sus padres
igual que cuando se había marchado. No habían notado su ausencia. Su madre continuaba
mirando revistas y su padre continuaba atento al partido de futbol.
-¿Volveré a verte?
-No-dijo el ángel dorado- Sólo se
ve un ángel dorado una vez en la vida.
-Oh –dijo Anna.
-Pero no debes estar triste por
eso. Si me añoras, túmbate en la hierba y espera que pase una nube azul, muy
azul con forma de ala. Seré yo. Y ahora, jovencita te has de marchar.
Anna abrazó por última vez al
ángel.
-No me olvides ¿vale? –dijo.
El ángel alzó sus alas.
-¿Cómo voy a olvidarte? ¡Tengo tu
peine plateado para desenredar mis alas!
Un poco más tarde estaba Anna en el
jardín viendo cómo el ángel dorado extendía sus alas, y volaba hacia su nube.
Voló más allá de las copas de los árboles, cuyas hojas sonaron levemente con el
roce de sus alas, para aparecer por un instante delante de la circunferencia
brillante de la luna, antes de desaparecer para siempre en el cielo oscuro de
la noche.
-Yo tampoco te olvidaré nunca,
Ángel –dijo en voz baja Anna-. ¡Nunca!
Cuando Anna se despertó a la
mañana siguiente, el sol entraba iluminando toda su habitación, la ventana
estaba abierta de par en par y en el suelo se encontraba su ropa y su mochila.
-Buenos días, Anna –dijo su
madre, que a punto estuvo de tropezar con la mochila-. A ver si recoges las
cosas y las colocas en su sitio hija.
-Sí, mama, pero es que esta vez
ha ocurrido algo diferente –dijo Anna, sentándose en la cama muy emocionada-.
Anoche fui otra vez al parque porque me había dejado las cosas de dibujo, la
mochila y mi dibujo, todo estaba allí menos mi dibujo que había desaparecido, y
luego fui andando hasta la estatua del ángel caído a ver si el viento había
arrastrado el dibujo, y entonces me encontré con un ángel dorado que era
exactamente igual al que yo había dibujado, y también podía hablar, mama, era un ángel de las nubes dorado, pero
tenía las alas enredadas y yo le ayudé a desenredárselas, y luego me llevó a
dar un paseo por el cielo, y volamos juntos, y…-En ese momento, Anna tuvo que
coger aire.
-¡Dios mío! –dijo su madre
sonriendo, y le acarició la cabeza a su hija-. Menudo aventura has soñado esta
noche. Seguro que ha sido por todo el chocolate que comiste ayer en tu fiesta
de cumpleaños.
-Pero no, mama, no ha sido un
sueño –dijo Anna saltando de la cama-. El ángel dorado estaba en nuestro jardín…,
aquí, delante de mi ventana, antes de marcharse volando otra vez hacia el cielo.
Se acercó a la ventana y se asomó
para ver el patio, que estaba tranquilo y en silencio, como todas las mañanas.
-Era un ángel del cielo
–insistió.
-Un ángel…, vaya, vaya, repitió
su madre divertida-. Bueno, entonces me alegro de que te haya visitado tu ángel
de la guarda. Y ahora, vístete; papá va a llevarte hoy al colegio.
Anna quiso explicarle más cosas
del ángel dorado, pero su madre ya se había marchado de la habitación.
-Esa niña tiene mucha
imaginación, David –oyó Anna que decía mientras se dirigía hacia la cocina.
Ella arrugó el ceño y se puso a
pensar. ¿Era posible que hubiera sido todo un sueño? Cabizbaja, se puso la
falda azul y su camisa blanca y se quedó mirando la mochila, que seguía junto a
su cama. La cogió y miró dentro.
Allí estaban la caja de colores,
un cuaderno de dibujo con hojas en blanco. Un paquete de caramelos. Faltaba su
peine de plata. Y entonces Anna descubrió algo que brillaba en el fondo de la
bolsa.
¡Era un pequeño corazón, de color
azul!
-Anna, ¿vienes? –oyó llamar a su
madre.
-¡Ya voy, mama!
Anna cerró los dedos alrededor
del corazón azul y sonrió. ¡Qué sabrán los adultos!
Después de clase iría a ver a su
amigo Pim para contarle la historia del Ángel del Retiro. ¡Estaba segura de que
él si la creería!
@paraulesambaroma
Badalona, 23 de julio de 2017
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