EL BARRIO

Animo al pensamiento a que evoque los recuerdos de la niñez y al abrir la puerta de la memoria resurge ante mí el parque de la infancia. Llevó puesto un vestido con flores de colores, unos calcetines blancos y unas zapatillas rojas. Mi madre de luto riguroso intenta iluminar mi mundo con cuentos y caricias. Me coge con cariño y me sienta en un banco del parque a merendar. El lugar está lleno de ruidos y sonrisas, de bicicletas y pelotas, de carteras y bocadillos. Mientras saboreo el sabor salado del jamón dulce siento el cosquillo de mis pies impacientes por jugar; muy cerca de mí un columpio amarillo y un tobogán verde me hacen guiños de complicidad. Es una tarde iluminada que anuncia la llegada del verano. El parque ruidoso, verde, acoge entre sus árboles las pisadas amables de la ingenuidad.


Llega el autocar. Y aparece él. Su rostro refleja el cansancio de las horas trabajadas. Me estrecha entre sus brazos, dejando impresa la huella del cariño, más allá del pigmento del vestido. Mi madre, testigo presencial de la escena, abre las manos protectoras hacia el clan familiar. Agarrada a mis padres como la cuerda que envuelve el regalo de la felicidad paseo por las calles de mi infancia ajena al apetito voraz de la existencia.

Justo en frente del parque está el colegio de los Salesianos. La escuela trae a mi pensamiento: los domingos de Pascua, los vestidos recién estrenados, los calcetines con borlas, el sabor dulce de los rosarios de caramelo, y los sabrosos brazos de gitano.

Mi barrio es humilde, acogedor, caliente, soleado con ventanas luminosas que miran hacia el mar mediterráneo. Un barrio noble donde cohabitaban edificios nuevos y viejos bajo el abrazo cómplice de la confraternidad. Son mis vecinos, sus historias, sus penas y alegrías. Compartiéndolo todo bajo la luz solidaria de la farolas que alumbran los claros y los oscuros del devenir.

Cerca del parque la gran plaza asfaltada, centro neurálgico del barrio, es el lugar de encuentros y de despedidas, de fiestas y de mercados, de palabras y de suspiros, es el río constante de la vida. Mi calle es amplia, con balcones que huelen a jazmín y a rosas, con farolillos que envuelven la dirección del viento, con sabanas blancas que esconden oscuros deseos.

Ahora que han pasado muchas lunas mi conciencia se sobresalta al ver que mis ojos se han empequeñecido, que se han poblado de surcos interiores y exteriores, que mi mirada inocente se ha cubierto de cataratas que nublan la belleza del parque envejecido. Aquel parque que siempre me está esperando, allí en mi barrio, allí donde un día fui feliz.


Badalona, 12 de abril de 2013

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