EL VENTANAL
por Paraules amb Aroma
El despacho estaba situado en el octavo piso, al final del pasillo. Allí,
pegado junto a un gran ventanal colocaron la mesa de Sylvia Louise Welter. El
despacho pertenecía a un gran edificio antiguo unido también a otros viejos
edificios que formaban una manzana entera de portales bien comunicados.
Al cabo de poco tiempo Jerome David Salinger entró por el portal ubicado
justo al otro lado de la manzana de Sylvia. Subió a la planta octava, abrió la
puerta de su recién estrenado despacho y también decidió colocar la mesa junto
al gran ventanal. Así que sin haberlo premeditado, Sylvia y Jerome comenzaron a
cohabitar uno enfrente del otro, tan sólo separados por el gran ventanal que
separaba sus despachos opuestos.
Jerome aprendió a vivir con la visión lejana que llegaba del otro edificio
y, aunque nunca supo cómo eran exactamente los rasgos de Sylvia porque nunca la
había visto, al cabo de un tiempo se podría decir que conocía alguna de sus
rutinas laborales. Sabía a qué hora entraba por cuando corría las cortinas del
gran ventanal y cuándo se marchaba, porque las cerraba. Si algunos de sus jefes
entraba al despacho con cara sería, Jerome lo sabía porque Sylvia no dejaba de
dar golpecitos encima de la mesa con un lápiz; y si por el contrario era Sylvia
la que estaba enfadada con el mundo, lo sabía por el portazo que daba al marcharse
del trabajo. Si estaba contenta, por el colorido alegre de su ropa. Si tenía
una visita importante, Jerome lo sabía porque compraba flores y decoraba un par
de jarrones de cristal. Si estaba concentrada, leyendo o mirando papeles, por
la vela que iluminaba su mesa. Si tenía dolor de cabeza, Jerome lo intuía
porque ese día ella no corría las cortinas.
Un día, Jerome observo que las cortinas no se habían movido. Al principio,
no le dio demasiada importancia porque pensó que a Sylvia le dolía la cabeza o
que podría estar de viaje por motivos personales o laborales y que enseguida
volvería, pero, después de un largo período sin que las cortinas se moviesen un
ápice comenzó a sentir un cierto nerviosismo y un día sin más tuvo que empezar
a asumir que su amiga del ventanal se había ido para siempre. Al día siguiente
decidió cambiar la orientación visual de la mesa.
Para distraerse se registro en un curso online, bajo a tomar café con los
compañeros, se apunto a un gimnasio y a clases de inglés, se fue de alquiler a
un apartamento y se centro en amueblarlo y celebró una fiesta de inauguración.
Pero una de las mañanas en las que estaba en el café, Jerome se dio cuenta
de que, por más que lo intentará, se sentía intranquilo. Había algo en el
ambiente que le resultaba extrañamente familiar y si le hubiesen preguntado,
habría asegurado sin dudar que en ese momento él podría describir los sueños de
alguien a quien sentía muy cercano. Se movió en su silla y sintió un ligero pesor
en el pecho, echó un vistazo a su alrededor. Giró la cabeza, y sus manos fueron
al encuentro de la taza humeante de café. De pronto, oyó unos golpecitos en una
mesa que estaba situada frente al gran ventanal de la cafetería. Uno, dos, tres
golpecitos, un lápiz, unas manos femeninas y un rostro desconocido: ¡Sylvia!
Badalona, 11 de noviembre de 2014
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