LIRIOS BLANCOS


Me despierto. Escucho el despertador, las siete. Introduzco un pie en la zapatilla roja luego el otro, me situo en el espacio. Tengo la impresión de haber aterrizado en un mundo abnegado de negras contrariedades y me desenchufo. Siento un cierto alivio bajo la ducha, los contratiempos se deslizan por el desagüe y el aroma del jabón me inunda de buenos presagios. Me visto de azul claro porque sé que es el color que le gusta; hoy que los colores han adoptado cierta simbología, hay que tener cuidado con la elección. Me preparo un café y mientras espero que se caliente huelo el perfume de los lirios blancos que dormitan en el jarrón; les renuevo el agua y los incito a despertarse. Cojo la taza caliente de café y me siento delante del ordenador. Desde la ventana de la habitación contemplo el parque, no todos tienen la suerte de tener delante de los ojos tanta belleza verde; se cuela un viento cálido que debe venir de lejos. Escribo entre líneas. Las incomprensiones y las injusticias siempre han existido. Con las mismas buenas intenciones que argumentan la maldad, la época actual extiende determinadas pomadas verbales que, en lugar de curar, extienden el mal produciendo una especie de picor continuo en la piel. Abro la ventana, lo veo e intuyo otra clase de antídoto: un amor apasionado, activo, que nace a la vista de la bondad, y cuyo hechizo embriaga tanto o más que la fragancia de los lirios blancos.


#paraulesambaroma
Badalona, 18 de mayo de 2018

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