VIAJE A ZAHARA DE LOS ATUNES




Llego a Zahara de los Atunes de noche y  hace muchísima calor. En el cielo la luna está azul.  Llevo una maleta pequeña y me siento algo nerviosa.  Me alojo en el hotel Melia Atlanterra. El hotel es una maravilla. Dejo el equipaje en la habitación y me voy a ver su espectacular piscina; es impresionante, tal y como anunciaba la imagen del folleto. Ceno algo ligero en el restaurante. Después en la habitación, lleno la bañera y me sumerjo. Mañana quiero madrugar para ver el amanecer desde la terraza. Suena el móvil, son las once de la noche. Miro la pantalla es un mensaje suyo. Me dice que vendrá a buscarme a las nueve de la mañana para ir a desayunar a Barbate. Me cuesta dormir. A las cinco de la mañana me levanto. El cielo enrojecido. Qué imagen tan bella, tan sensacional. Viene a buscarme puntual. Me dice que antes de ir a Barbate quiere enseñarme la iglesia parroquial de nuestra Señora del Carmen. Me explica que la construcción de la iglesia es obra de los Duques de Medina Sidonia. Me coge de la mano y me lleva hasta el altar, nos santiguamos. Me cuenta que era una familia muy religiosa, y que edificaron la iglesia para celebrar sus misas y sus rezos; siglos más tarde la iglesia fue regalada al pueblo de Zahara. La iglesia es sencilla, tranquila, monacal; los bancos de madera, las imágenes sagradas, las paredes de piedra; me dice que parece ser que Don Miguel de Cervantes y Saavedra rezó entre sus muros. Me advierte ¡Cuidado con los espíritus! Nunca se sabe lo que pueden hacer. Salimos de la iglesia y llegamos hasta su coche. Barbarte se encuentra tan solo a 12 km de distancia. Mientras conduce lo ojeo y me pregunto si Usted es real o es un espíritu. Llegamos a Barbate. El pueblo es blanco, reluce, parece como si los rayos de sol emergiesen de todas la ventanas. El lugar me parece precioso. Me dice que es como una pequeña Ibiza. Nos sentamos en una terraza. El camarero nos pregunta que vamos a tomar.  Miro sus manos, continua teniendo la costumbre de llevar una pulsera de cuerda en la mano derecha. Lo miro todo, la plaza, el café, el sol y sus ojos pequeños. Todo me parece tan irreal, ni de mí ni de Usted, y sin embargo estamos aquí. El camarero nos trae los cafés. Escucho con atención su conversación, sus explicaciones, su relato, su necesidad de retiro, de alejamiento, de silencio. Escucho sus palabras, sus secretos. Mi inquietud se ha evaporado. ¡Qué mañana tan celestial! Nos levantamos de la mesa. Me sugiere que vayamos a visitar el parque Natural de La Breña, las Marismas y el cabo Trafalgar. Y mientras seguimos nuestro recorrido, me habla de los fenicios, de ánforas egipcias, de las guerras púnicas, de la caída del imperio romano y de la época visigoda. Lo escucho, su pasión por la historia, le hace olvidarse de dónde ha dejado aparcado el coche. Creo que está en la otra calle, me dice. Llegamos. El coche está ardiendo. Abre las ventanas para que se ventile. Conduce. El cabo está coronado por un faro que funciona, a su lado, los restos de una torre. Me explica que es la torre vigía de Trafalgar, una de las torres de vigilancia ordenadas por Felipe II en el siglo XVI para avisar de la llegada de piratas berberiscos. Lo escucho atenta. Cuando calla, le digo que también a mi ciudad llegaron piratas y corsarios. Comemos en un chiringuito de la playa: ensalada, pescado y vino blanco, muy frio. Siento el efecto del vino. Su risa es mi risa. ¿Cómo estoy? Algo embriagada. Hablamos, hablamos, hablamos.  Me invita. Nos marchamos. Me acompaña hasta el hotel. Se despide y se vuelve. Se gira y se va. Se marcha y regresa. La puerta de la habitación se abre y se cierra. Todo es azul.
#paraulesambaroma

Badalona, 11 de julio de 2018

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