LA AMAPOLA Y EL LIRIO

La amapola está triste. Tras la marcha de lirio enjuaga sus lágrimas con el tacto suave de sus pétalos. Desde ese día amapola vive aislada en un mundo silencioso y solitario. Poco a poco ha intentado acostumbrarse a su nueva vida en el jardín. A veces añora tiempos pasados pero nunca se queja. Lo que más echa de menos es la presencia y la alegría de lirio.

Una noche soñó que regresaba. Al día siguiente, al despertarse, pensó en él y en su aroma. El resto del día ya no quiso volver a pensar pues toda ella se regaba de una gran melancolía. Llegó el invierno. Luego la primavera. Cada día que pasaba amapola empequeñecía en el jardín. No era feliz. En una mano guardaba el recuerdo de lirio, en la otra su inquietud. Y ese balancín desequilibraba el fino hilo de su raíz felicidad.

Un día el equilibrio de ese balancín se hizo tan frágil que su tallo se quebró. La indiferencia y el olvido que el resto de flores manifestaban tras la partida de lirio la hundían más en su penar. Sin poder evitarlo cada mañana la añoranza germinaba en su corazón, y así libre de ilusiones, inquietudes y conquistas, tomó una decisión. Como si fuese la heroína de un cuento decidió ir en busca de su príncipe azul. Le anunció a rosal que se marchaba. A rosal le pareció una locura y creyó insensato que saliese sin rumbo ni dirección en busca de lirio. Amapola, tampoco quiso escuchar el listado de peligros relatados por nomeolvides; y resuelta y decidida una mañana de mayo preparó su ligero equipaje. Se despidió del joven jazmín, de la guapa petunia, del viejo clavel. Amapola, en aquel instante, sintió de nuevo la felicidad, volvía a tener un objetivo. Sus cabellos rojos brillaron. Su mirada era limpia y su decisión inquebrantable. En su corazón sólo palpitaba una idea: volvería a encontrarse con lirio, volvería a oler el aroma de la amistad, y volvería, otra vez, a sentir el sabor de la risa en sus pétalos.

El viaje fue largo, de un rojo apasionado.

Rojo como pétalos de rosas.

Rojo como la sangre del corazón.

Por fin, una mañana, tras pasar la cima alta de una montaña y descender lentamente hacia el valle empezó a sentir un aroma conocido. Las hojas de amapola comenzaron a temblar, sentía cada vez más cercana la presencia de lirio. Pronto el viaje llegaría a su fin.

Cuando divisó la laguna, Amapola tembló de emoción.

- ¡Lirio! –gritó-, ¡Te he encontrado!

No hubo respuesta.

El silenció invadió el corazón de amapola.

Estaba allí. Aquella flor tan bella, tan desnuda, tan frágil como un sueño. Estaba muerto. Y sin embargo parecía vivo. Dormía en la laguna y su cuerpo delicado y diáfano parecía de cristal.

Amapola se arrojó al estanque. El agua helada no impidió que nadase hasta abrazarlo. Cogió la mano de Lirio y lloró lágrimas rojas. Volvió a la orilla con lirio entre sus manos, lo deposito en el suelo y acarició sus raíces. Se durmió a su lado. Amapola se dejó ahogar por su perfume y sin mirar atrás decidió que también había llegado su momento final. Sus espíritus se elevaron hacia el firmamento.

Pasó el invierno. Llegó la primavera. Un día una joven que paseaba por la laguna descubrió sus pequeños cuerpos cogidos de la mano. Amapola y lirio dormían el sueño de la eternidad. La joven al verlos sintió ganas de llorar. Recogió con cuidado sus raíces y las guardó en el cesto de paja. Al llegar a su casa la joven se dirigió al jardín, cavó un pequeño trozo de tierra y los enterró unidos. El agua de la regadera ilumino el hielo de sus ojos y la oscuridad de sus pétalos plateados.

Pasó la primavera, llegó el invierno y después de las primeras nieves una pequeña semilla brotó en el jardín. Pasó el invierno, nacieron las primeras flores y un retoño comenzó a crecer frágil como un sueño. Pasó la primavera y llegó el invierno. Ni el frió ni el calor impidió que unas ramas jóvenes y hermosas fueran el abrigo del árbol de Judas. Y así aquel árbol con el alma de dos enamorados pasó a ser conocido como el árbol del amor.

Badalona, 31 de mayo de 2013

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