ÁNGELES SEDUCTORES


Ángeles seductores,

Cogí el metro en Pep Ventura, me senté y leí con calma el nombre de las estaciones que tenía hasta llegar a mi destino: Pep Ventura, Gorg, Sant Roc, Artigues/Sant Adrià, Verneda, La Pau, Sant Martí, Bac de Roda, Clot, Encants, Sagrada Familia, Monumental, Tetuan y Passeig de Gràcia. Cuando acabé la lectura cerré los ojos para relajarme pero en seguida un traqueteo me obligó a que los abriera.
Al abrirlos me fijé en un hombre de cabello oscuro, delgado, de un metro setenta y cinco de estatura aproximadamente, ojos pequeños y risueños que estaba situado junto a la puerta de salida. Vestía con zapatillas deportivas, tejanos y una camiseta con manchas de vaca. No dejaba de mirarme y pensé que quizás me conociese del facebook, está tan de moda tener amigos sin conocerlos, que pensé que podría tratarse de uno de ellos. El caso es que consiguió llamar mi atención, y comencé a mirarlo intentando que mi mirada no resultara descarada. 
Entonces, de pronto, me di cuenta de que el hombre brillaba. Lo que quiero decir es que vi una aureola blanca y lumínica alrededor de su cuerpo, como si lo hubiesen envuelto en un bonito papel de regalo, y así poder distinguirlo del resto de la humanidad. Era emocionante, ver su energía fluyendo por el vagón del metro como si su alma pudiese elevarse más allá de su concavidad craneal, porque el alma eso que somos ( recuerdos, emociones y experiencias) dicen los entendidos que se aloja entre los millones de neuronas que componen nuestro cerebro. Y cuando consigues detectarle a alguien el alma resulta imposible no sentirte atraído hacía esa química espiritual.
Las puertas del metro se abrieron, unas personas entraron y otras salieron. En esto percibí, un calor especial emanando de mi cuerpo y observé que un halo de luz refractario brotaba de mi cuerpo y que él podía verlo como yo el suyo. Entonces entendí por qué el me miraba de aquella manera tan atrevida desde la estación del Gorg. Entonces, aunque a penas estábamos demasiados alejados el uno del otro, nuestras luces blancas se aproximaron y empezaron a bailar, quiero decir que se encontraron en mitad del pasillo, y se abrazaron como si se tratase de una pareja de baile, él abrazándome la cintura y yo rodeándole su cuello, sin que nadie pudiese percatarse de aquella armónica fusión, y era como si estuviésemos intimando delante de todo el mundo. Y el ruido del metro era en realidad el sonido de nuestras ajetreadas respiraciones, pero sólo él y yo lo sabíamos. 
Desde aquel día, espere impaciente a que se abriesen las puertas en la estación del Gorg para dejar que mi alma bailase locamente enamorada. Un día, sin esperarlo, volvimos a coincidir y al mirarlo supe que él ya no quería bailar; se bajo en la estación del Clot, intenté seguirlo con la mirada, y pude ver como su luz envolvía otra alma. 

Badalona, 27 de julio de 2015

 

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