EL BOSQUE DE LOS SUEÑOS


El bosque de los sueños,
Suena el despertador. El sueño cuelga en las pestañas. Cinco minutos más. Me recreo en la cama como si el tiempo se hubiese detenido entre las sabanas. Aparecen imágenes en la retina. Rememoro. Veo una antigua máquina de escribir Olivetti de color naranja. Me acerco con la curiosidad de querer saber que hay escrito en la hoja blanca, que sobresale por encima del negro rodillo. No hay palabras sólo hojas verdes aplastadas contra el papel. Escucho una voz que me llama por mi nombre, me vuelvo de espaldas pero no consigo ver a nadie. Y sigo escuchando el eco de una voz:- Te esperaba. Estaba seguro que volveríamos a encontrarnos en el bosque de las hojas caducas. Giro la cabeza deprisa intentando descubrir a quién pertenece la voz, pero de nuevo no consigo ver a nadie. Escucho unos pasos cansados. Aparece un anciano arrastrando los pies, sus manos sostienen una gran bandeja repleta de azucarados buñuelos. Me alarga uno con forma de cero. Cuando mi mano lo coge el cero se transforma en cucurucho. Un crujiente cono de galleta que aloja en su interior nubes de colores. Miro al anciano con cara de sorpresa, viste una larga túnica beig; lo veo alejarse. En mitad del camino se para, me mira y me dice: - encantado de saludarte, no dejes de probar mis buñuelos. Las teclas de la máquina continúan golpeando con furia el papel. El papel ha mudado de color. La hoja blanca viste de luto; ahora ya no hay hojas verdes sino lunas plateadas. Detrás de la máquina aparece la cabeza rubia de un niño que anuncia: - tengo un poema, tengo un poema, tengo un poema! Me acerco a él y por arte de magia desparece, pero no hay ninguna chistera y yo no soy Alicia en el país de la maravillas. Leo lo que hay escrito en la máquina de escribir: te espero, te espero, te espero, te espero, te espero, te espero, te espero, te espero, te espero, te espero, te espero, te espero, te espero, te espero, te espero, te espero, te espero, te espero , te espero, te espero, te espero, te espero… hasta que aparece el número cien en mayúsculas. Me tocan a la espalda y me sobresalto, es un hombre con una bata a rayas blancas y azules de guardería. Ríe sin parar, una risa fresca y contagiosa. Reímos. Las risas se convierten en sonoras carcajadas como si fuesen los aplausos de un multitudinario auditorio musical. De pronto las rayas de la bata comienzan a diluirse y el hombre se esfuma entre ellas. Miro el suelo y advierto un charco de agua. Me acerco y veo el reflejo sonriente de sus ojos. Al aproximarme una de mis nubes, la rosada, se cae en el charco enturbiando su mirada. Del cielo comienza a caer una fina lluvia en forma de hojas de trébol. El charco se ha convertido en cáliz celestial, y bebo. Siento que mi sed se calma. Suena de nuevo la alarma del despertador. Ya no hay cinco minutos más. Me levanto pitando. Un café y una ducha fría para escapar del bosque de los sueños.
Badalona, 14 de julio de 2015

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