EL BANQUETE


Es lunes. Inauguro la mañana medio somnolienta, y mientras absorbo un aromático café doy rienda suelta a mi despierta imaginación. Sin pestañear un segundo recuerdo la escena. El comedor amplio, blanco; las cortinas de color gris claro con cenefas modernas; la combinación de los cuadros abstractos como elementos decorativos; la estatua africana y el hada mágica adornan las repisas del mueble del comedor. La mesa elegante nos convida a degustar los entrantes: canapés variados, salamis, patatas, cortezas, olivas, quesos…, después una deliciosa sopa de galets, como preámbulo a las fiestas navideñas, y la carne al fricandó con setas; todos los platos exquisitos, deliciosos. Finalmente, mientras Miguel prepara la cámara fotográfica para dejar constancia a la posterioridad de esta celebración, hace su aparición el pastel de nata y las velas numéricas de los deseos a satisfacer. La escena tiene la fuerza de las risas, de los diálogos, de las opiniones contrariadas, de las conversaciones sobre la independencia o la dependencia, de los consejos desaconsejables sobre la ciudad o la sierra, en definitiva, entre todos nosotros se alza la palabra como anfitriona de esta amistad cultivada y madurada, por el paso del tiempo.

Nos reímos en la tertulia de la agudeza humorística de algún chiste rescatado para la ocasión; rememoramos recuerdos pasados y presentes, y brindamos contentos con cavas y licores endulzados. Veo a Javier servirse una copa de ron de color ámbar suave, casi dorado, añadirle un poco de agua y un poco de azúcar para mitigar los efectos del alcohol, y mientras él remueve lentamente la mezcla siento como mi pensamiento comienza a tener algún que otro delirio histórico sobre aquel banquete honorífico a la amistad y al amor del que tanto escribió el filosofo griego Platón.

Aquel amor superior que nos guía en la búsqueda de la perfección para ser mejores, de lo bueno y de lo bello; aquel amor que deseamos mantener siempre concebido desde la belleza; aquella forma especial de amistad, que hace más grande el amor. Esa belleza universal y trascendente, por encima de lo terrenal y particular, una forma espiritual de amor, que existe en las almas bellas y que guía hacia la bondad, la virtud y el bien. Fue precisamente este filósofo quien dijo que nuestros antepasados tenían dos cabezas y cuatro brazos y un buen día ofendieron a los Dioses y como los Dioses se enfadaron nos castigaron dividiéndonos por el medio en hombre y mujer. Y desde entonces algunas personas están condenadas a pasar sus vidas buscando la otra mitad de sus almas.

Badalona, 1 de octubre de 2012



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