LIENZO CELESTIAL


Un peso sobre la cabeza, una nube quizá. En contacto con mi mano algo suave, tierno. Sin duda me acerco al cielo. Sí. Rápido tomo conciencia de mi elevación. Cielo, nube ¿mente? Alzo mi cuello y la altura de la cabeza sobre la nube. Derivada de la altitud, una mirada, irresistible, tentadora, delicadamente extraída de la representación de una cena celestial. Sorpresa absoluta. Me doy cuenta de que soy la invitada inesperada. Me dirijo a la silla situada a la izquierda de Dios padre, ángeles y santos repartidos a ambos lados del banquete. Todo perfectamente arreglado. Las velas apagadas. Las copas boca abajo. San Pedro y las llaves del cielo. Miro. Te busco. No te encuentro a ti entre ellos, pero un ángel generoso me da la bienvenida, me presenta a otro ángel, un artista pictórico llamado Miguel Ángel. Cuadros por aquí y por allá, mezcla de nubes y estrellas,  planetas y soles, con clara voluntad recordatoria de ausencias estelares; todos colocados en círculos y diferenciados por la variedad de impregnaciones de añil. Nos adentramos en otra sala diáfana, trozos de barro, dicen que del alfarero ausente,  herramientas para modelar, yesos, pinturas, pinceles, espátulas, caballetes y en uno de ellos el dibujo de unas alas azules. El ángel pictórico y yo intercambiamos impresiones durante una breve eternidad. Nos presentamos, nos decimos el nombre, intercambiamos datos, números de teléfono, whatsapp, facebook, instagram, gustos, lugares, zapatos, revelaciones increíbles y juegos. Me mancho de pintura las manos. Una nube blanca, acoge el lienzo, veloz, cristal de agua, fresca, luego copo de nieve, helado, sé que es una nube bella, inquieta. Y me transformo en el dibujo improvisado al que te abocas, te acercas, león feroz, hambriento; fiera salvaje entregada a los placeres carnívoros de la selva. Alzo el látigo, como viejo domador de circo, provocándote para que abandones la tierra hostil, seca y calurosa, y acariciar tu pelaje con mis falanges y orientarlas hasta alcanzar tu pequeño corazón en  la amplitud de tu pecho. Me parece escuchar el sonido de tus garras; calculo la distancia. El crujir del suelo, te oigo, te acercas y adivino el rugir de dos fieras colocadas frente a frente, internándose en una dimensión de la selva promiscua, tomando conciencia del sonido grave de sus respectivos gruñidos. Somos leones que han perdido la manada. Caminamos por la selva. Equidistantes. El ángel generoso aparece más hospitalario, se acerca, las alas vuelan del cuadro, mañana volverán. Me colma la copa con vino celestial. Dios padre me ofrece un trozo de pan caliente. Mi mente se embriaga. Sólo espero dormir. Escuchar el rugido del león en mis sueños, mientras me envuelvo en la melena suave. Los ángeles juegan y se divierten. Somos incorregibles. El vino celestial me sabe a gloria. Me lo bebo y duermo la mona literaria al lado de Dios Padre. Pedro sella las puertas del cielo. Lienzo celestial.

@ paraulesambaroma


Badalona, 23 de febrero de 2017

Comentaris