RUPERT: EL DUENDE AZUL
Cristal se levantó a las siete,
fue al cuarto de baño, cerró la puerta y
se duchó. En la temprana intimidad del cuarto de baño, Cristal abrió el bote
mágico de aceite de violetas y vertió siete gotas en la hoja de papel, cogió el
secador y secó las gotas violáceas. Después, volvió a colocar el frasco al
final del armario. La hoja estaba lista para volar.
A las diez de la mañana, Cristal
estaba sentada en la mesa del despacho, archivando expedientes y realizando
otros quehaceres. En ese momento abrió la puerta Lola, y dejó un sobre encima
de la mesa. Cuando miró vio que no iba dirigido a nadie, lo giró y leyó: el
duende azul, el remitente. Sintió una voz en su cabeza incitándola a abrir el
sobre. No estaba segura sí sería correcto abrirlo, y mientras valoraba la
posibilidad rasgó el sobre. De su interior extrajo una hoja que desprendía un
extraño aroma. La letra era redondeada y leyó:
“Érase una vez un lugar llamado
cuentilandia, allí donde el cielo se une con la tierra, allí vive el pequeño
Rupert, un duende de color azul que siempre lleva consigo una olla repleta de
oro, pero Rupert es un duende invisible a los ojos de los humanos. La única
manera de poder verlo es cuando aparece un arcoíris, pues es el puente de unión
entre el cielo y la tierra.
Rupert tiene los cabellos largos,
un sombrero negro y un traje azul. Vive al final del arcoíris. Es un duende muy
inteligente y escurridizo, y a pesar de que su apariencia es juvenil, tiene
alma de viejo. A veces hay humanos que lo llegan a ver, pero en el más mínimo
descuido vuela. Se cuenta, que la única manera de poder capturarlo es mirarlo
fijamente a los ojos, y mientras él te mira tienes que aprovechar ese descuido
para atarle el pie derecho con una cuerda gruesa; para liberarse Rupert siempre
ofrece su olla llena de oro como recompensa. Pero como Rupert es experto en
travesuras y engaños aprovecha cualquier despiste para distraerte, y ante tu
primer pestañeo Rupert ya te ha quitado las monedas y ha escapado; dejando un
leve aroma de violetas como señal efímera de su presencia.
Cristal cogió la hoja entre las
manos y la olió. Aparece, aparece duendecillo, pero sus labios no se movieron
sólo fue un pensamiento travieso que se deslizo por su mente; a pesar de que sabía que los duendes no
existían le gustaba jugar a imaginarlo. Concentró la totalidad de su
pensamiento, de su cerebro, de sus neuronas y de su voluntad en preguntarse
quién habría enviado el sobre, seguro que habría sido una equivocación. De
pronto junto al ordenador, lo vio con traje azul y sombrero negro cayéndole hasta casi taparle
los ojos, luego lo vio quitarse el sombrero y cruzárselo por delante de él,
como si la estuviera saludando. Le pareció ver que por detrás de sus brazos
aparecían dos alas livianas, y lo vio saltar por las letras del teclado y luego
lo vio a menos de veinte centímetros de sus ojos, con una sonrisa traviesa
bailando en su boca.
Cristal se quedó con los ojos
abiertos como platos, como se suele decir. No dijo una palabra se quedó
pasmada. No podía vocalizar. La impresión de ver un duende la había dejado sin
palabras. Miraba boquiabierta el duende, se retiró un poco, cogiendo distancia,
como si fuera un objeto peligroso. Lo miro detenidamente. Vio que el duende
tenía el rostro afable y reía. Los ojos achinados y los cabellos largos.
Cristal seguía atónita, los ojos desencajados y brillantes, y continuaba
sentada sin hablar, en aquel silencio, sólo el pequeño aleteo de las alas del
duende.
Y entonces de repente se abrió la
puerta y entro Herder, su compañero de trabajo.
-Estás bien –le preguntó.
Estoy bien, no pasa nada.
-Me ha parecido verte como un
poco sorprendida –dijo Herder.
-Lo estaba- pensó en
silencio, volaba hacia las nubes con las alas de un duende azul y ha sido
alucinante.
-No te preocupes Herder,
estoy bien gracias.
Cristal cerró los ojos y los
mantuvo cerrados un instante y, cuando los abrió, un brilló azul apareció en su
rostro, pero Herder no lo percibió, sólo un olor atlético a violetas volaba en
el ambiente.
Fin
Badalona, 2 de abril de 2017
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