TRÉBOL DE CUATRO HOJAS

Sábado, 8 de abril de 2017

Cielo oscuro con tiznes de brasas, palmeras iluminadas, abundancia de luces, dócil viento suave. Está plantado en la puerta con el abrigo largo, negro, vigilante, atento a su tarea. Las palmeras bellas. Los ojos azules, quién sabe quizás esos ojos sepan ver mil veces más claro en la noche que los castaños; quién sabe quizás los castaños vean con más claridad el día. Y hoy quiero escribir sobre él, porque escribir de él es otra manera de sentirlo a usted. Ubicado en la puerta de entrada. Nos miramos. Mirada ante mirada. Una mirada humana, imperturbable. Este “imperturbable” es un poco complejo. Lo pienso ahora que escribo porque su rostro es sumamente serio, impenetrable, como si pensase que cualquier minúsculo gesto pudiera delatar sus secretos. Y lo veo ahí (lo ve esa otra mujer, la que él no ve) inmóvil, callado bajo el cielo negro, palmeras iluminadas, abundancia de luces acicalando la nocturnidad, dócil viento suave bailando al compás de la creatividad. En esta noche de primavera nadie a mi alrededor percibe que estoy bailando entre nubes;  si Hölderlin decía “Nadie, sin alas, tiene el poder de captar lo que ésta cerca”, por qué no alterar la frase: “Alguien, con alas, tienen el poder de captar lo que ésta lejos”. Y si el vigilante me preguntará ¿Tú a qué te dedicas? ¿Te gusta escribir? Yo le respondería aprendo, cada día intento aprender a ver tréboles de cuatro hojas, a observar el cielo y ver ángeles y nubes y otros cuerpos; aprendo a que un rostro inalterable, una mirada gélida, una majestuosa palmera, unos cabellos blanquecinos, una lámpara de cristal de bohemia me conduzcan a esas zonas, con derecho de admisión, donde estalla el júbilo de mi consciencia; y aprendo a escribir, cada día un poquito, para conseguir que de todo lo que me trastorne, siga creciendo mi tesoro. Y seguro que el vigilante me diría que un trébol de cuatro hojas no se encuentra a menudo, que es raro, casi un milagro. Pues yo lo encontré, le respondería, un día de primavera, a veces como nube, otras como ángel, y un día en forma de trébol. Sí, un milagroso trébol de una especie particular, con cuatro amplias hojas todas ellas en forma de corazón; un trébol silencioso destinado siempre a desaparecer. Y así entre tréboles, nubes, cielos, elfos, ángeles…, la otra, la que el vigilante del abrigo negro no advierte, aparece juguetona incitándome, provocándome a escribir cuando le digo que hay momentos para bailar y otros para callar. Pero al cruzar la puerta del vigilante, una alfombra entre lo visible y lo invisible se extiende ante mí, y todo se descoloca. Una canción, los focos de luz proyectando sombras irreales. Cierro los ojos y lo invisible se vuelve real. Y mi alma trepa por el humo de la noche, atravesando silencios, fantaseando con la ingravidez del recuerdo: cielo celeste, palmeras presumidas, luces violetas, bachatas dulzonas, suave viento ligero. Y entre los rasgos de la noche, tu melodía.

@paraulesambaroma

Badalona, 12 de abril de 2017

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