EL PROFESOR SANJUAN

La puerta de la agencia de detectives “Huellas” se abrió y entró el Sr. Leopoldo Sanjuán, profesor de Prehistoria y Arqueología. Reconozco que me pillo de sorpresa no lo esperaba, y acto seguido me pregunté como nos había descubierto. Hércules no estaba en el despacho se había ido a la Meca, nombre que utilizábamos como contraseña, cuando teníamos que realizar gestiones burocráticas, esos muros tan difíciles de franquear. El Sr. Sanjuán se dirigió hacia mí sin divagaciones como si nos conociésemos de toda la vida. Me cogió la mano y la beso, rápidamente me mire los zapatos, y pude ver que todavía llevaba mis viejos mocasines marrones, los miré no fuese el caso que se hubiesen convertido en zapatos de cristal, y yo fuese a creerme que era la princesita encantada de algún cuento medieval. No puedo negar que sentí en mi mano un ligero estremecimiento, como una especie de corriente eléctrica, como cuando te juntan las manos invertidas para saber si padeces del nervio carpiano. Lo miré y sonreí. Le pedí que se sentase; depositó un libro encima de la mesa y pude leer “Cundo los dioses hacían de hombres”. Antes de preguntarle deduje que su mujer le habría explicado quién éramos en realidad. Me puso al corriente de su visita. No me sorprendió, desde el primer momento supe que era un hombre inteligente; ¿quién engaño a quién? Aclaramos algunos detalles. Conforme iba pasando el tiempo noté que mi frigorifico emocional se iba transformando a pasos agigantados, en horno microondas. Me preguntó si quería tomar café. El Sr. Sanjuán se colocó unas gafas negras de sol, y me extendió la mano, no pude rehusarla y mis pies se alzaron. Le dejé una nota escueta a Hércules: No me esperes esta tarde, cierra tu!!!  Bajamos a la calle. En la acera de enfrente un increíble descapotable rojo. Oí clic-clac y las puertas del coche se abrieron. Volví a mirarme los zapatos y vi que no eran de cristal. Me subí al coche sin dudar. Cruzamos la ciudad sin hablar, con algún cambio de marchas noté un ligero roce en mi mano izquierda. Sonó el tono de un whassap. Era Hércules: - Aghta te encuentras bien? Le conteste: -lo inesperado es adictivo y excitante. Me respondió: - déjate de bromas, estás bien? Le escribí:- ya hablaremos mañana y le añadí algunos emoticonos y besos. Cuando guarde el móvil vi que entrábamos en un estacionamiento. Salimos a la calle. Me señaló con el dedo y leí Café Jaime Beriestain, Pau Claris n.167. Entré en aquel lugar con cierta curiosidad y me sorprendió gratamente. No cabía lugar a duda, el profesor Sanjuán tenía muy buen gusto. Entre flores, velas, y espejos creí que estaba a punto de perderme en las profundidades de un tiempo desconocido y sentí miedo de verdad. Habría querido salir corriendo de allí, pero mis pies parecían estar pegados con loctite al suelo de madera.
-          ¿Viene a menudo profesor a este café?
-          Por favor no me llames de usted Aghta. Te parece si creamos puentes y no barreras. Sonrió de tal manera que todas mis fuerzas tectónicas se movilizaron.
Aquel profesor, versión Indiana Jones moderna, era demasiado encantador. Mi semáforo cambio de color, y se puso en rojo. De lejos me pareció oír la voz de Hércules avisándome para que tuviese cuidado en no cruzar la delgada línea, aquella que intuí que ambos conocíamos demasiado bien.  


Badalona, 25 de setiembre de 2015

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