CONFESIONES V

Es una tarde calurosa de verano, estamos en territorio conocido, un centro comercial al lado, grande, mágico, horizontal, valle de consumidores y paseantes, y la ideología vestida de rojo en la tarde festiva del sábado, conquistadora entre palmeras, mesas nevadas, torradas de jamón y dulces refrescos, alimentos solidarios, personas comprometidas y socialistas, un barrio antiguo y trabajador que se eleva allí en la torre del viejo matadero.

Sostengo la criatura entre mis brazos. Duerme. Duerme el sueño frágil de los ángeles. El bebé duerme, y todo descansa en su sueño. Cómo se desvanecen los poderes, los mundos, tan competitivos y difíciles, en la ingravidez del dormir infantil. Toda bondad emana en la inocencia de un suave bebé dormido.

Él, un hombre, el hombre. Sí, el hombre de la distancia, de las barreras infranqueables. Se acerca con una tímida sonrisa en el balcón de su boca pública y saluda. Continuo invisible a su mirada y su negra indiferencia contrasta con la pureza blanca del recién nacido. Lo acaricia y sin querer sus dedos rozan levemente mi mano, pequeño gesto perdido y desorientado, entre algodones. Recojo su indiferencia con tolerancia y respeto y la guardo en el cajón de los desaires helados. Pero en el triste aullar de la noche, cuando la luna se viste de claridad, aparecen, las imágenes proyectadas desde el límite de esa constante frialdad. Estoy aquí en mi noche acompañada por el recuerdo de esa música constante. Y entre tanto desafecto ha nacido una flor, de color rojo, firme como una roca. Así es mi flor roja y solidaria, roja e imaginativa, roja y fraternal, creativa y juguetona. Tanta frialdad ha regado mi flor con el aroma de la invención, la belleza creada para los ojos de ese hombre que tampoco sabe de mí. “Nos olvidamos que el alma tiene sus propios caminos”.

Badalona, 7 de julio de 2014

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