CONFESIONES XII



Apenas fue un pequeño roce en el antebrazo pero ese movimiento delicado, frágil, tenue, suave y vaporoso altero sus sentidos. Las aguas se abrieron bajos sus pies y un fuego ardiente creció en su interior. En el silencio de la noche, en la noche silenciosa, después de mil negaciones, flotaba en el aire el aroma extraño de la insensatez. Esta despierta en la madrugada oyendo los aullidos de la selva ciudadana. Se revuelca en la cama con un minúsculo gesto pegado en la almohada. Los demonios de la noche han llegado a su puerta y avanzan hacia ella, amenazando su cuerpo y su racionalidad, más ella intenta huir, en sus aberturas, con el corazón alterado y la boca cerrada, esquivando tentaciones demoníacas, manipulaciones etéreas, hasta que un sopor de oscuridad, una dimensión desconocida, la luz encendida en el techo, dejan caer sobre ella el manto liviano del sueño.

La noche la mece y la duerme. Entonces entre hilos de humo y sueños de incitación, un hombre aparece. La noche le da cuerpo y virtualidad. Viene despacio y sigiloso, con el roce pegado en las manos. La mano se extiende cubriendo cielos y altares, dibujando plumas de ave. La noche vestida de rojo y de negro engendrando un código shakesperiano de gestos: ¡desear o no desear!



Badalona, 17 de julio de 2014

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