CONFESIONES VII

Estoy un poco enojada con él, con el de arriba, inventa historias sin pensar en sus posibles consecuencias; en los embrollos que pueden crearse entre la compleja realidad y la confortable fantasía. Le temo cada vez que decide levantarme de la sabana blanca y ponerme a caminar. Ahora mismo estoy aquí, en el puerto, en verano, cuando el sol besa la ciudad, viendo los barcos soñolientos en sus amarres. A lo mejor me compro un cucurucho de tuti-fruti, y el frío del helado dulcifica las altas temperaturas veraniegas. Miro el mar, mi cara en el mar. Estoy aquí sola, paseando mis luces y mis sombras. Soy una mujer inexistente de tinta y palabra que en cualquier momento puede evaporarse. Afortunadamente, él sabedor de esta posibilidad, ha creado a un humano, urbano, ciudadano, ideólogo, adecuado, emocional y discretamente perfumado de rosas, de lirios, de jazmín y de pachulí. El humano recita versos y poemas, narra cuentos e ilustra historias, sonríe, y su aura me desasosiega y atrapa. Es un día luminoso. El mundo está ahí, para atarlo, para comerlo. El humano y yo nos subimos en una lancha motora y atravesamos el cielo de la libertad. Sentados en la barca, asomados al mar, de espaldas al puerto, lejos de todo nos dejamos embadurnar de cielo, de sal, de agua, de risas y de estrellas. He llevado al humano al mar, para que se bañe de felicidad y sol, de paz y noche. El mar, lazo azul que resbala por el mundo, canta en la noche y luce en el día sus perlas anacaradas. Hemos llegado a una playa solitaria y hemos corrido por su orilla hasta ver aparecer a Venus elegante y plateada. El humano sumerge la mano en el agua y me regala un dátil de mar. El mar me embruja, el humano me hechiza. Miro hacia arriba, le reclamo que venga en mi auxilio. Acto seguido dejo al humano en la playa, cojo la lancha y me marcho, más segura en el mar que en la arena con un erizo.

Badalona, 9 de julio de 2014

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